Guten morgen!
Así nos saludaba a diario Frau Eisinger, nuestra diligente casera, cuando, a eso de las siete de la mañana, el grupo de profesores integrantes del Proyecto Comenius y que habíamos viajado hasta tierras germanas desde Chipre, Eslovenia, Italia, Portugal y España, íbamos ocupando las mesas del pequeño y acogedor comedor de la pensión donde nos hospedábamos, la Frühstückspension Eisinger, en Ingolstadt. El motivo de nuestra presencia allí era asistir al encuentro que, como cada año al comenzar el curso, realizan los docentes que participan en el citado proyecto con el propósito de planificar las actividades que habrían de realizarse durante el mismo. Y esta vez tocaba en Alemania.
Pasadas las dos y media de la tarde del primero de octubre nuestro avión, un Airbus A-320 de aerolíneas Condor, la compañía del operador alemán Thomas Cook, despegó del aeropuerto de Barajas rumbo al corazón de Europa. Y no lo digo por aquello de la “locomotora alemana” sino porque Münich o München, nuestro destino, se encuentra situado geográficamente más o menos por allí, en el centro del continente. El paisaje que se observa a 30.000 pies de altura es increíble. Los amarillos y ocres de nuestro país dejan paso, nada más traspasar la cordillera pirenaica, a una alfombra matizada de verdes, agujereada ocasionalmente por las enormes masas de agua que constituyen los lagos suizos. A nuestra derecha, los Alpes, con sus cumbres abrazadas por un manto nuboso. Alrededor de las cinco aterrizábamos en el aeropuerto que lleva el nombre del que fuera primer ministro de Baviera Franz Josef Strauβ. Enorme, moderno, con unos aseos increíblemente limpios y automatizados. Ni para lavarte las manos tenías que tocar el grifo. Esto es Alemania, nos dijimos. Una anécdota: mientras esperábamos para recoger nuestro equipaje, nos llamó la atención el silencio que había a pesar del trasiego de los pasajeros que iban y venían, y algunos comentamos, con cierta sorna, que en un velatorio español había más “ambiente” que allí.
La jornada aún dio de sí. Nuestros amigos alemanes nos habían reservado alojamiento en una tranquila y agradable pensión situada a las afueras de Ingolstadt, una ciudad de poco más de cien mil habitantes, atravesada por el río Donau (el famoso Danubio) y ubicada a unos 70 km al norte de Münich. Para quien no esté versado en geografía el nombre de aquella ciudad tal vez no le sugiera nada, pero quizás alguien que sea propietario de un vehículo de la marca de los cuatro anillos la conozca pues allí tiene su sede central. Nos dijeron que esta empresa automovilística genera para Ingolstadt y su entorno unos 30.000 puestos de trabajo, que ya es bastante para la población que tiene. También el Dr. Frankenstein, el personaje de la novela de Mary Shelly, anduvo al parecer por estos parajes. Después de una hora de autobús por fin nos encontramos con Otto, nuestro anfitrión quien, junto a su hija, nos acompañó a nuestro alojamiento. Eran casi las nueve de la noche, muy tarde en Alemania para cenar, cuando nos reuníamos con el resto de profesores en una taberna cercana a la pensión, la Gaststätte Huber. Ahí degustamos nuestra primera cerveza en suelo teutón y allí empezaron nuestras peleas con las cartas de menús, todas escritas, como no podía ser de otro modo, en alemán.
Ein Prosit!
A la mañana siguiente, tras ingerir un suculento desayuno tipo buffet en el coqueto comedor de la pensión, rodeados de ornamentos que le proporcionaban a aquél un cierto aire “kitsch” -decoración que por otra parte proliferaba en ése y otros establecimientos de la zona- tomamos el tren que nos llevaría a Münich, la capital del Estado Libre de Baviera (Freistaat Bayern), el estado o Länder más antiguo, grande y meridional de Alemania, cuna de Benedicto XVI, de la BMW, de Audi y del FC Bayern. Nuestro objetivo era realizar una rápida visita a los lugares más emblemáticos del centro de la ciudad, para dirigirnos seguidamente a d’ Wiesn, a conocer y vivir en directo la Oktoberfest. En compañía de Otto, Hans y Franz Josef -o Paco Pepe como le apodamos después de bebernos varias maβ- anduvimos por la Karlplatz, atravesamos la antigua puerta de la ciudad, la Karlstor, paseamos por la peatonal Neuhauser Straβe, una calle llena de turistas, comercios y cervecerías, visitamos la Michaeliskirche o Iglesia de San Miguel, destruida casi totalmente en la guerra y vuelta a reconstruir, y la Frauenkirche o Iglesia catedralicia de Nuestra Señora, también conocida como iglesia de las mujeres, con sus características torres rematadas por cúpulas bulbosas. Nuestro paseo terminó en el corazón de la ciudad, la céntrica Marienplatz donde está el Neues Rathaus o Nuevo Ayuntamiento, con su impresionante fachada neogótica y su famoso carillón. A propósito de la Frauenkirche, mientras la visitábamos Hans nos contó un leyenda según la cual el diablo ofreció sus favores al arquitecto a cambio de que la iglesia no tuviera ventanas, pero al comprobar que no era así y que el edificio las tenía se enfadó tanto y golpeó el suelo con tal fuerza que todavía puede observarse en la entrada de la iglesia su pisotón, el “golpe del diablo” o Teufelstritt.
El metro nos dejó a unos pocos pasos del Theresienwiese (el Prado de Teresa) que es el lugar donde se celebra la que tal vez sea la feria más multitudinaria del mundo: la Oktoberfest o “fiesta de la cerveza” pues en ella todo gira alrededor de esta bebida. Según nos informaron, su origen se remonta a 1810, año en que se celebró por vez primera con motivo del matrimonio entre el príncipe Ludwig de Baviera y Therese von Sachsen-Hildburghausen. Para la feria se elabora una cerveza algo más fuerte de lo normal, la wiesnbier, que se sirve en jarras de un litro llamadas Maβ. Hay catorce bierzelte o tiendas de cerveza en la feria, que son como carpas gigantescas (en algunas caben cerca de 10.000 personas) y cada una sirve exclusivamente cerveza de una determinada cervecería muniquesa. Nuestra carpa era la Bräurosl y Hacker-Pschorr la marca de cerveza que bebimos. Otras carpas sirven marcas como Hofbräu, Paulaner, Spaten, Augustiner, Franciskaner o Löwenbräu. Y lo mismo que se bebe también se come, naturalmente, siendo característico el pollo y las costillas de cerdo asadas y, por supuesto, las salchichas Weiβwurst.
El ambiente en la feria es increíble y si no llegas pronto o no tienes mesa reservada, lo tienes difícil pues las tiendas, pese a su capacidad, están abarrotadas. Menos mal que Otto, previsor como buen alemán, nos reservó un par con antelación por lo que nada más llegar nos sentamos y comenzamos a disfrutar del espectáculo. Porque era un verdadero espectáculo ver como la gente, ataviada en su mayoría con los trajes típicos bávaros (pantalón corto de cuero los hombres y vestido tirolés las mujeres) y sentada en mesas alargadas, bebía, comía, cantaba y coreaba las canciones tradicionales que una banda de música interpretaba (incluso llegaron a tocar ¡Qué viva España!). Y de cuando en cuando, para levantar el ánimo, aunque éste nunca decaía, sonaba Ein Prosit, el “himno oficial” de la Oktoberfest, una corta melodía que servía para que las 4 o 5 mil almas que llenábamos la carpa levantásemos nuestras jarras y brindásemos:
Ein Prosit, Ein Prosit, der gemiitlichkeit,
Ein Prosit, Ein Prosit, der gemiitlichkeit… Prost!
Las mesas están atendidas en su mayoría por camareras que sirven de una sola vez hasta ocho o diez jarras –no me explico como consiguen cogerlas- y además lo hacen con una rapidez asombrosa. Pides una cerveza y al minuto siguiente la tienes en la mesa. Esto es eficacia. ¿Y la seguridad? Pues máxima. El servicio de vigilancia no permite que nadie moleste o altere el orden. Imaginaos el lío que podría armarse con tanta gente y tanta bebida. A quien ven tontear lo ponen inmediatamente en la calle. Cada pocos metros hay un “segurata”. Y para el que desee dar un paseo por la feria, en el exterior de las carpas hay una gran cantidad de atracciones y espectáculos de todo tipo, desde las tradicionales barracas y caballitos hasta las más novedosas. Cuando regresamos a Ingolstadt, alrededor de las diez de la noche, aún nos animamos a dar un paseo. Entramos a tomar un bocado en la pizzería Salerno, uno de los escasos locales que a esas horas aún permanecían abiertos en Unsernherrn, que así se llama el barrio o distrito donde estábamos, al sur de la ciudad, a la otra orilla del Danubio. Menos mal que la cena hizo buen “asiento” en el estómago.
Die Alpen
Desde 1990, cada 3 de octubre se celebra en Alemania el Día de la Reunificación, fiesta nacional de aquel país, por lo que aprovechamos para visitar las ciudades de Füssen y Schwangau, donde se alza el castillo de Neuschwanstein (nuevo cisne de piedra). Después de tres horas de autobús y atravesar media Baviera entre una espesa niebla que fue levantándose conforme nos aproximábamos a nuestro destino, el castillo se alzó ante nuestros ojos, recortándose sobre el cielo que, ahora sí, presumía de un azul intenso. La mañana habíase tornado inmejorable. Mandado levantar por Ludwig II de Baviera hacia 1869, el edificio hacía honor a la locura del rey, tanto en su aspecto externo como en el interior. Situado cerca de un lago, sobre un promontorio –no se me olvidará la subida- el castillo, con sus características torres y pináculos, parecía sacado de un cuento de hadas, de hecho la Disney se sirvió de él como modelo para La Bella Durmiente. Su interior sorprende por lo recargado de la decoración y cada sala presenta un estilo diferente. La falta de medios económicos impidió al monarca finalizar la obra en su totalidad y aún quedan estancias sin terminar. Desde sus ventanas y balconadas las vistas son espléndidas: hacia el suroeste, como telón de fondo, las estribaciones de los Alpes y del Tirol austriaco y mirando al norte, se extendía la inmensa planicie bávara. Cerca de éste se localiza otro castillo, el de Hohenschwangau, reconstruido por Maximilian II, donde Ludwig pasó su infancia.
Tras reponer fuerzas en la posada Gasthof Woaze de Füssen, donde fuimos servidos por un amable camarero cuyo aspecto encajaba perfectamente con el entorno -lo digo por sus rasgos, entre los que destacaba su enorme y afilado bigote y al que sólo le faltaba entonar el yodel o canto tirolés- y luego de dar un corto paseo por sus calles, iniciamos el camino de vuelta, no sin antes detenernos para visitar la Iglesia de Wies o Wieskirche, situada frente a las montañas alpinas, en medio de verdes pastos y declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Esta iglesia, obra cumbre de Zimmermann y joya de la arquitectura rococó, fue construida en el siglo XVIII siendo una de las más famosas iglesias de peregrinación alemanas. En nuestro regreso atravesamos la ciudad de Ausburg y, por lo que pudimos ver de ella desde el autobús, merecía la pena ser visitada. Lástima que el tiempo apremiara y no pudiéramos hacerlo.
Die Schule
El jueves fue el día en el que tuvimos nuestra primera toma de contacto con el centro educativo con el que compartíamos proyecto. Hacia las siete y cuarto de la mañana un grupo de profesores nos recogieron amablemente con sus coches y en compañía de la niebla, que ninguna mañana nos abandonaba, nos dirigimos hacia Karlshuld, una pequeña población de apenas 5 mil habitantes, al oeste de Ingolstadt, que pertenece al Landkreis o distrito rural de Neuburg-Schrobenhausen. Conforme nos aproximábamos al Volksschule (colegio público) nos íbamos cruzando con los alumnos que, en su mayoría, se dirigían a él en bicicleta. En Alemania este medio de locomoción es muy usual y el colegio dispone de un gran aparcamiento cubierto para las mismas. El centro es un edificio moderno y funcional, bien equipado, con un hall muy amplio dotado de mesas y sillas para que los alumnos puedan trabajar allí mientras esperan. En él se imparte el equivalente a lo que sería, salvando las distancias, nuestra enseñanza general básica (Grund- und Hauptschule). Hay que tener en cuenta que el sistema educativo de Baviera es muy diferente al nuestro, pues a partir de la escuela primaria o Grundschule el alumnado, en función de sus capacidades y motivaciones, deberá seguir una de los tres itinerarios o alternativas posibles que, además, se imparten en tres tipos de centros docentes. Así, los alumnos con menos aptitudes cursarán una enseñanza primaria “superior” en la Hauptschule -que es la que imparte nuestro centro hermano allí- mientras que otros alumnos irán a la escuela de secundaria o Realschule. Los más aventajados iran al instituto o Gymnasium. El sistema puede parecer injusto y discriminatorio, pues a los alumnos se les deriva a una u otra vía a muy temprana edad y muchos profesores no lo consideran justo, pero es el que tienen.
El recibimiento que nos hicieron fue muy emotivo. Además de las palabras de salutación por parte de la dirección, algunos alumnos desfilaron con las banderas de los diferentes países mientras sonaba el correspondiente himno nacional y los más pequeños, dirigidos por Renata la profesora de música, interpretaron una canción de bienvenida. Aquella mañana la pasamos en las instalaciones del centro, entramos a algunas clases y conversamos con los alumnos, proporcionándoles algunos datos sobre nuestros países de origen y contestando a sus preguntas. Otra anécdota: los alumnos, antes de entrar al aula, se quitan el calzado y se ponen unas zapatillas de estar por casa. ¿Os imagináis eso en un colegio español?
A las doce y media estábamos comiendo en el Gaststätte Ludwigshof –por cierto, que bueno estaba el goulash- y al regresar al centro tuvimos nuestra primera sesión de trabajo en la que, además de degustar las exquisiteces bávaras que preparó Andrea, la mujer de Otto, planificamos las actividades que cada país realizaría y presentaría en la próxima reunión en Eslovenia. Al terminar la jornada decidimos dar un paseo por el centro de Ingolstadt con la intención de tomar algo en algún restaurante típico alemán. Sin embargo, al final, la noche tuvo un marcado carácter mediterráneo pues junto a nuestros compañeros chipriotas, portugueses y a Franz Josef, que se unió a nosotros, acabamos cenando en El Greco, un restaurante de comida griega ubicado en la Teressienstraβe, degustando sus especialidades, bebiendo “ouzo” -un aguardiente similar a nuestra cazalla- y escuchando melodías de aquellas tierras. Incluso algunos se atrevieron, en las postrimerías de la cena, a bailar la danza distintiva de Grecia: el sirtaki.
Bauernmald
El viernes regresamos nuevamente al colegio del Karlshuld para, desde allí, tomar un autobús que nos acercaría a un centro de educación ambiental próximo llamado Haus im Moos. Ese día les tocaba a los políticos representar su papel. No eran las nueve de la mañana todavía cuando, en compañía de algunos alumnos y profesores, estábamos escuchando los interesentes discursos en alemán con que nos obsequiaron las autoridades locales, educativas y algún que otro representante de la Administración bávara. Luego una experta en la materia disertó acerca del medio físico y las características etnográficas de la zona en la que se encuentra Karlshuld: la Donaumooser Land, que traducido sería algo así como las tierras “húmicas” del Danubio ya que el suelo allí es muy rico en humus. La tierra es negra debido a la gran cantidad de materia orgánica que posee y además ésta alcanza un gran espesor. Tal circunstancia ha condicionado el modo de vida de los habitantes de estas tierras que tenían serias dificultades, por ejemplo, para mantener en pie sus casas y debían de construirlas con una cimentación especial para evitar hundimientos. Otra característica del Donaumoos es el trazado en línea recta de sus poblaciones.En Haus im Moos se puso en marcha hace tiempo el proyecto
Wisentprojekt Donaumoos, dirigido a la recuperación del uro o bisonte europeo, motivo
que justificaba nuestra presencia allí ese día. Íbamos a asistir al “bautizo” de una cría de bisonte nacida en sus instalaciones y a la que se le impuso el nombre de “Dona Donita”. Después de la ceremonia, de los correspondientes discursos -otra vez-, de alimentar a los bisontes y tras realizar un recorrido por las instalaciones, los profesores del Comenius fuimos invitados a comer en compañía de las autoridades. No hubo sobremesa, lástima.
Ese mismo día, ya por la tarde, nuestros amigos alemanes nos tenían preparada en el colegio una entrañable cena de despedida "oficial", en la que no faltó la turbia cerveza de trigo tan característica de Baviera llamada
weiβbier, el
riesling –típico vino blanco alemán-, especialidades caseras, la música
y los bailes tradicionales. Algunos, sobre todo las profesoras, tuvieron el detalle de acudir vestidos con trajes o prendas típicas. Renata, su marido y su dos hijos pusieron la nota musical a la noche, pues son unos estupendos instrumentistas y nos deleitaron con sus interpretaciones. Hans y su mujer se esforzaron por enseñarnos algunos valses y danzas de Baviera y quien más, quien menos, hizo lo que pudo por bailar el
Bauernmadl, el
Italiener y alguna que otra polka. La velada acabó con un sorteo de los típicos vasos y jarras de cerámica para cerveza que nos trajimos cariñosamente como recuerdo.
Eisbein mit Sauerkraut
Llevábamos seis días en Ingolstadt y, aunque habíamos visitado en un par de ocasiones la ciudad, todavía no conocíamos el casco histórico de la misma por lo que ese día decidimos hacerlo. Sacamos un bonobús para poder utilizar el transporte público durante todo el día y nos aprestamos a conocer algo más de aquella. Lo primero que hicimos después de atravesar al puente Konrad-Adenauer y apearnos fue detenernos en la Theaterplatz o plaza del Teatro y acercarnos al mercado que, casualmente, se celebraba ese día para deleitarnos con los productos regionales que allí se nos mostraban. Que bien presentado estaba todo, daba gusto pasar entre los puestos. Además, la mañana acompañaba. Luego dimos un paseo junto al Danubio y lo cruzamos para visitar los jardines del Klenzepakr y sus fortificaciones de estilo clasicista. Volviendo sobre nuestros pasos pasamos junto al castillo de Ludwig el Barbudo, Duque de Baviera-Ingolstadt, hoy convertido en museo del ejército, y llegamos a la zona peatonal de la ciudad. Caminábamos ahora por una de sus principales arterias comerciales, la Ludwigstraβe. Es ésta una calle repleta de tiendas, boutiques y terrazas que invitaban a sentarse y disfrutar de la mañana. Así lo hicimos. Paseando por la ciudad, limpia como pocas, nos llamaban la atención las características fachadas que lucen muchas casas alemanas con sus curiosos remates, pintadas en vivos colores y decoradas, en algunos casos, con frescos y trampantojos. Como se acercaba la hora de comer –allí si lo intentas después de las dos es posible que te quedes con hambre- aceleramos nuestros pasos en busca de un local donde saciar nuestro apetito. Sin embargo, aún nos dio tiempo de entrar en un escondido pero magnífico templo barroco -estilo muy abundante en Alemania-, la Asamkirche Sta. María de Victoria cuyos frescos, pintados por el arquitecto y decorador bávaro del S. XVIII Cosmas Damian Asam, son dignos de admiración.
Comimos finalmente en un mesón especializado en gastronomía bávara, el Gaststätte Daniel, donde fuimos conducidos a un comedor casi repleto, presidido por un crucifijo y una fotografía de Benedicto XVI. Frente al resto de Alemania, Baviera es mayoritariamente católica y presume de serlo. Incluso en el Instituto de Karlshuld había símbolos cristianos en aulas y despachos. La señora que servía las mesas nos ofreció, entre otros, un plato típico alemán: codillo asado o Eisbein mit Sauerkraut. Creo que lo probamos casi todos. ¡Excelente! Comer bien en Baviera no es caro. Y beber tampoco. Cuesta más un botellín de agua mineral que ½ litro de cerveza, que es la medida que sirven allí. El postre lo tomamos en una cafetería, al aire libre. Todos pedimos el Apfelstrudel con helado de vainilla y nata. Se trata de un pastel de manzana caliente típico de Austria y del sur de Alemania, aunque su origen pudiera ser turco. Esa era la tercera o cuarta ración que tomaba desde que lo probé en Füssen por primera vez. Está exquisito.
La tarde avanzaba y, aunque nos restaba todavía mucho por ver, como la Liebfrauen Münster o Catedral de Nuestra Querida Señora, la Kreuztor o Puerta de la Cruz..., habíamos quedado con Otto para asistir a una fiesta típica de Ingolstadt: la Krautfest. Se trata de una celebración popular, una especie de “minioktoberfest” cuyo protagonista, junto con la cerveza, las salchichas y otras especialidades gastronómicas, es la col. Allí la consumen sobre todo fermentada –es el chucrut, choucrute o sauerkraut- también en ensalada, como acompañamiento, etc. A la fiesta acuden pocos turistas por lo que mantiene todavía un “sabor local”. En la misma se realiza una competición para ver quien es capaz de cortar más col, luego algunos jóvenes representan pequeñas parodias y mientras todo esto ocurre una banda interpreta piezas musicales del país. A la fiesta acudió Hans, también Franz Josef en compañía de su mujer y Andrea, la mujer de Otto. Nuestro anfitrión, que se encontraba como pez en el agua y parecía conocer a todo el mundo, nos presentó al Bürgermeister o Alcalde de Ingolstadt y también a un grupo de jóvenes españoles que se encontraban trabajando en un proyecto para Audi. No hace falta decir que ese día ya no cenamos.
Auf Wiedersehen
Neuburg an der Donau es una bonita y tranquila población de unos 27.000 habitantes, cercana a Ingolstadt. Allí reside Franz Josef y el domingo fuimos invitados a conocerla. Acompañados de nuestros amigos alemanes nos desplazamos en sus coches hasta la misma, dispuestos a disfrutar de nuestro último día en Alemania. Parecía como si el sol, que nos había acompañado durante casi toda la semana, quisiera despedirse de nosotros y hoy lucía esplendoroso. Dejándonos guiar por nuestro cicerone dimos un paseo por sus calles y plazas, mezcla de elementos renacentistas y barrocos. Desde principios del S. XVI y durante trescientos años Neuburg vivió su periodo más ilustre, llegando a ser la capital del Nuevo Palatinado o Junge Pfalz, cuyo primer regente fue el Príncipe Ottheinrich von der Pfalz, mecenas del Renacimiento y protector de las artes. Lo más fotografiado de esta villa tal vez sea su castillo-palacio, emplazado frente del Danubio y desde cuyos jardines se divisa una preciosa panorámica. El recorrido por Neuburg no duró mucho pues no es muy grande, aunque tiene importantes atractivos. Tras visitar el palacio dirigimos nuestros pasos hacia la Karlplatz, mientras escuchábamos en la lejanía una pieza de música barroca que provenía de la sala de conciertos o Konzertsaal. La atmósfera parecía haber retrocedido quinientos años. En la plaza hay una fuente o brunnen, la Katholische Hofkirche Unsere Liebe Frau y más adelante, bajando por Amalienstraβe, el Biohistoricum Museum, la Provincialbibliothek, la Pfarrkirche Sankt Peter y, finalmente la puerta y símbolo de la ciudad, la Oberes Tor.
Teníamos una mesa reservada para comer, más temprano que tarde, en el restaurante del Hotel Kieferlbräu donde, a los postres, nos invitaron a degustar un licor de hierbas alpinas. Ya por la tarde tuvimos la oportunidad de visitar el castillo de caza de Schloss Grünau, residencia de la esposa de Ottheinrich, Susana von Bayern, que está situado a unos seis o siete kilómetros de Neuburg, en un bosque poblado de arces y abedules. En una de sus alas residen en la actualidad Ute Patel Miβfeldt y su esposo, el Prof. Dr. Vallabhbhai J. Patel. Ella es una pintora y diseñadora de reconocido prestigio, profesora en distintas academias europeas y él, que es de origen indio, un afamado médico. Gracias a Franz Josef nos abrieron las puertas de su casa y pudimos admirar la obra de la artista. Y allí, en Scholss Grünau, bien pudiera decirse que terminó nuestro periplo por tierras germanas. Tras despedirnos del matrimonio Patel y de nuestros amigos alemanes, regresamos a la pensión para preparar el equipaje.
La última noche cenamos en compañía de Erica, de la directora del colegio chipriota y del marido de ésta, pues el resto había partido la víspera. En un restaurante no muy alejado de nuestro alojamiento degustamos la que, hasta el día de hoy, ha sido nuestra última cerveza en Alemania, en este caso la denominada Dunkel o cerveza oscura. El local, tranquilo y agradable, era de un eclecticismo total, contrariamente a lo que estábamos acostumbrados a ver. No alargamos mucho la velada puesto que a primera hora de la mañana debíamos poner rumbo a Münich, donde cogeríamos el avión que nos devolvería a España. Última anécdota: lo primero que hicimos algunos de nosotros cuando llegamos España y paramos a comer fue pedir un pincho de tortilla, de lo que se infiere que Alfredo Landa no andaba equivocado en aquella película de los 70 titulada “Vente a Alemania, Pepe”.
Das Ende
Si tuviera que hacer una valoración del viaje diría que la experiencia fue francamente satisfactoria. Nuestros anfitriones Otto, Hans y Franz Josef nos dispensaron toda clase de atenciones, procurando en todo momento que nuestra estancia fuera lo más grata posible. Y lo consiguieron. ¿Quién dijo que los alemanes no son hospitalarios, que son reservados, herméticos y poco sociables? Bien es cierto que la barrera idiomática constituye un serio obstáculo, lo que puede contribuir a tener de ellos la percepción de que son gente lejana y poco abierta. Pero yo creo que no es así. Lo que sucede es que su forma y estilo de vida son muy diferentes a los nuestros. Mi impresión personal es que son respetuosos, acogedores, atentos, detallistas, amantes de sus tradiciones y, como no, puntuales. Otto no paraba de recordárnoslo cada vez que debíamos acudir a una cita “…puntualidad alemana, no española…”.