Así nos saludaba a diario Frau Eisinger, nuestra diligente casera, cuando, a eso de las siete de la mañana, el grupo de profesores integrantes del Proyecto Comenius y que habíamos viajado hasta tierras germanas desde Chipre, Eslovenia, Italia, Portugal y España, íbamos ocupando las mesas del pequeño y acogedor comedor de la pensión donde nos hospedábamos,
Pasadas las dos y media de la tarde del primero de octubre nuestro avión, un Airbus A-320 de aerolíneas Condor, la compañía del operador alemán Thomas Cook, despegó del aeropuerto de Barajas rumbo al corazón de Europa. Y no lo digo por aquello de la “locomotora alemana” sino porque Münich o München, nuestro destino, se encuentra situado geográficamente más o menos por allí, en el centro del continente. El paisaje que se observa a
La jornada aún dio de sí. Nuestros amigos alemanes nos habían reservado alojamiento en una tranquila y agradable pensión situada a las afueras de Ingolstadt, una ciudad de poco más de cien mil habitantes, atravesada por el río Donau (el famoso Danubio) y ubicada a unos
A la mañana siguiente, tras ingerir un suculento desayuno tipo buffet en el coqueto comedor de la pensión, rodeados de ornamentos que le proporcionaban a aquél un cierto aire “kitsch” -decoración que por otra parte proliferaba en ése y otros establecimientos de la zona- tomamos el tren que nos llevaría a Münich, la capital del Estado Libre de Baviera (Freistaat Bayern), el estado o Länder más antiguo, grande y meridional de Alemania, cuna de Benedicto XVI, de
Michaeliskirche
impresionante fachada neogótica y su famoso carillón. A propósito de
fuerza que todavía puede observarse en la entrada de la iglesia su pisotón, el “golpe del diablo” o Teufelstritt.
El metro nos dejó a unos pocos pasos del Theresienwiese (el Prado de Teresa) que es el lugar donde se celebra la que tal vez sea la feria más multitudinaria del mundo:
Hay catorce bierzelte o tiendas de cerveza en la feria, que son como carpas gigantescas (en algunas caben cerca de 10.000 personas) y cada una sirve exclusivamente cerveza de una determinada cervecería muniquesa. Nuestra carpa era
El ambiente en la feria es increíble y si no llegas pronto o no tienes mesa reservada, lo tienes difícil pues las tiendas, pese a su capacidad, están abarrotadas. Menos mal que Otto, previsor como buen alemán, nos reservó un par con antelación por lo que nada más llegar nos sentamos y comenzamos a disfrutar del espectáculo. Porque era un verdadero espectáculo ver como la gente, ataviada en su mayoría con los trajes típicos bávaros (pantalón corto de cuero los hombres y vestido tirolés las mujeres) y sentada en mesas alargadas, bebía, comía, cantaba y coreaba las canciones
tradicionales que una banda de música interpretaba (incluso llegaron a tocar ¡Qué viva España!). Y de cuando en cuando, para levantar el ánimo, aunque éste nunca decaía, sonaba Ein Prosit, el “himno oficial” de
Las mesas están atendidas en su mayoría por camareras que sirven de una sola vez hasta ocho o diez jarras –no me explico como consiguen cogerlas- y además lo hacen con una rapidez asombrosa. Pides una cerveza y al minuto siguiente la tienes en la mesa. Esto es eficacia. ¿Y la seguridad? Pues máxima. El servicio de vigilancia no permite que nadie moleste o altere el orden. Imaginaos el lío que podría armarse con tanta gente y tanta bebida. A quien ven tontear lo ponen inmediatamente en la calle. Cada pocos metros hay un “segurata”. Y para el que desee dar un paseo por la feria, en el exterior de las carpas hay una gran cantidad de atracciones y espectáculos de todo tipo, desde las tradicionales barracas y caballitos hasta las más novedosas. Cuando regresamos a Ingolstadt, alrededor de las diez de la noche, aún nos animamos a dar un paseo. Entramos a tomar un bocado en la pizzería Salerno, uno de los escasos locales que a esas horas aún permanecían abiertos en Unsernherrn, que así se llama el barrio o distrito donde estábamos, al sur de la ciudad, a la otra orilla del Danubio. Menos mal que la cena hizo buen “asiento” en el estómago.
Desde 1990, cada 3 de octubre se celebra en Alemania el Día de
olvidará la subida- el castillo, con sus características torres y pináculos, parecía sacado de un cuento de hadas, de hecho
austriaco y mirando al norte, se extendía la inmensa planicie bávara. Cerca de éste se localiza otro castillo, el de Hohenschwangau, reconstruido por Maximilian II, donde Ludwig pasó su infancia.

Tras reponer fuerzas en la posada Gasthof Woaze de Füssen, donde fuimos servidos por un amable camarero cuyo aspecto encajaba perfectamente con el entorno -lo digo por sus rasgos, entre los que destacaba su enorme y afilado bigote y al que sólo le faltaba entonar el yodel o canto tirolés- y luego de dar un corto paseo por sus calles, iniciamos el camino de vuelta, no sin antes detenernos para visitar Die Schule
El jueves fue el día en el que tuvimos nuestra primera toma de contacto con el centro educativo con el que compartíamos proyecto. Hacia las siete y cuarto de la mañana un grupo de profesores nos recogieron amablemente con sus coches y en compañía de la niebla, que ninguna mañana nos abandonaba, nos dirigimos hacia Karlshuld, una pequeña población de apenas 5 mil habitantes, al oeste de Ingolstadt, que pertenece al Landkreis o distrito rural de Neuburg-Schrobenhausen. Conforme nos aproximábamos al Volksschule (colegio público) nos íbamos cruzando con los alumnos que, en su mayoría, se dirigían a él en bicicleta. En Alemania este medio de locomoción es muy usual y el colegio dispone de un gran aparcamiento cubierto para las mismas. El centro es un edificio moderno y funcional, bien equipado, con un hall muy amplio dotado de mesas y sillas para que los alumnos puedan trabajar allí mientras esperan. En él se imparte el equivalente a lo que sería, salvando las d
istancias, nuestra enseñanza general básica (Grund- und Hauptschule). Hay que tener en cuenta que el sistema educativo de Baviera es muy diferente al nuestro, pues a partir de la escuela primaria o Grundschule el alumnado, en función de sus capacidades y motivaciones, deberá seguir una de los tres itinerarios o alternativas posibles que, además, se imparten en tres tipos de centros docentes. Así, los alumnos con menos aptitudes cursarán una enseñanza primaria “superior” en
centro hermano allí- mientras que otros alumnos irán a la escuela de secundaria o Realschule. Los más aventajados iran al instituto o Gymnasium. El sistema puede parecer injusto y discriminatorio, pues a los alumnos se les deriva a una u otra vía a muy temprana edad y muchos profesores no lo consideran justo, pero es el que tienen.
El recibimiento que nos hicieron fue muy emotivo. Además de las palabras de salutación por parte de la dirección, algunos alumnos desfilaron con las banderas de los diferentes países mientras sonaba el correspondiente himno nacional y los más pequeños, dirigidos por Renata la profesora de música, interpretaron una canción de bienvenida. Aquella mañana la pasamos en las instalaciones del centro, entramos a algunas clases y conversamos con los alumnos, proporcionándoles algunos datos sobre nuestros países de origen y contestando a sus preguntas. Otra anécdota: los alumnos, antes de entrar al aula, se quitan el calzado y se ponen unas zapatillas de estar por casa. ¿Os imagináis eso en un colegio español?
A las doce y media estábamos comiendo en el Gaststätte Ludwigshof –por cierto, que bueno estaba el goulash- y al regresar al centro tuvimos nuestra primera sesión de trabajo en la que, además de degustar las exquisiteces bávaras que preparó Andrea, la mujer de Otto, planificamos las actividades que cada país realizaría y presentaría en la próxima reunión en Eslovenia. Al terminar la jornada decidimos dar un paseo por el centro de Ingolstadt con la intención de tomar algo en algún restaurante típico alemán. Sin embargo, al final, la noche tuvo un marcado carácter mediterráneo pues junto a nuestros compañeros chipriotas, portugueses y a Franz Josef, que se unió a nosotros, acabamos cenando en El Greco, un restaurante de comida griega ubicado en 
además ésta alcanza un gran espesor. Tal circunstancia ha condicionado el modo de vida de los habitantes de estas tierras que tenían serias dificultades, por ejemplo, para mantener en pie sus casas y debían de construirlas con una
cimentación especial para evitar hundimientos. Otra característica del Donaumoos es el trazado en línea recta de sus poblaciones.
En Haus im Moos se puso en marcha hace tiempo el proyecto Wisentprojekt Donaumoos, dirigido a la recuperación del uro o bisonte europeo, motivo
que justificaba nuestra presencia allí ese día. Íbamos a asistir al “bautizo” de una cría de bisonte nacida en sus instalaciones y a la que se le impuso el nombre de “Dona Donita”. Después de la ceremonia, de los correspondientes discursos -otra vez-, de alimentar a los bisontes y tras realizar un recorrido por las instalaciones, los profesores del Comenius fuimos invitados a comer en compañía de las autoridades. No hubo sobremesa, lástima.
Ese mismo día, ya por la tarde, nuestros amigos alemanes nos tenían preparada en el colegio una entrañable cena de despedida "oficial", en la que no faltó la turbia cerveza de trigo tan característica de Baviera llamada weiβbier, el riesling –típico vino blanco alemán-, especialidades caseras, la música
y los bailes tradicionales. Algunos, sobre todo las profesoras, tuvieron el detalle de acudir vestidos con trajes o prendas típicas. Renata, su marido y su dos hijos pusieron la nota musical a la noche, pues son unos estupendos instrumentistas y nos deleitaron con sus interpretaciones. Hans y su mujer se esforzaron por enseñarnos algunos valses y danzas de Baviera y quien más, quien menos, hizo lo que pudo por bailar el Bauernmadl, el Italiener y alguna que otra polka. La velada acabó con un sorteo de los típicos vasos y jarras de cerámica para cerveza que nos trajimos cariñosamente como recuerdo.
Eisbein mit Sauerkraut
Llevábamos seis días en Ingolstadt y, aunque habíamos visitado en un par de ocasiones la ciudad, todavía no conocíamos el casco histórico de la misma por lo que ese día decidimos hacerlo. Sacamos un bonobús para poder utilizar el transporte público durante todo el día y nos aprestamos a conocer algo más de aquella. Lo primero que hicimos después de atravesar al puente Konrad-Adenauer y apearnos fue detenernos en
ejército, y llegamos a la zona peatonal de la ciudad. Caminábamos ahora por una de sus principales arterias comerciales,
aceleramos nuestros pasos en busca de un local donde saciar nuestro apetito. Sin embargo, aún nos dio tiempo de entrar en un escondido pero magnífico templo barroco -estilo muy abundante en Alemania-,


Comimos finalmente en un mesón especializado en gastronomía bávara, el Gaststätte Daniel, donde fuimos conducidos a un comedor casi repleto, presidido por un crucifijo y una fotografía de Benedicto XVI. Frente al resto de Alemania, Baviera es mayoritariamente católica y presume de serlo. Incluso en el Instituto de Karlshuld había símbolos cristianos en aulas y despachos. La señora que servía las mesas nos ofreció, entre otros, un plato típico alemán: codillo asado o Eisbein mit Sauerkraut. Creo que lo probamos casi
todos. ¡Excelente! Comer bien en Baviera no es caro. Y beber tampoco. Cuesta más un botellín de agua mineral que ½ litro de cerveza, que es la medida que sirven allí. El postre lo tomamos en una cafetería, al aire libre. Todos pedimos el Apfelstrudel con helado de vainilla y nata. Se trata de un pastel de manzana caliente típico de Austria y del sur de Alemania, aunque su origen pudiera ser turco. Esa era la tercera o cuarta ración que tomaba desde que lo probé en Füssen por primera vez. Está exquisito.
La tarde avanzaba y, aunque nos restaba todavía mucho por ver, como
quien es capaz de cortar más col, luego algunos jóvenes representan pequeñas parodias y mientras todo esto ocurre una banda interpreta piezas musicales del país. A la fiesta acudió Hans, también Franz Josef en compañía de su mujer y Andrea, la mujer de Otto. Nuestro anfitrión, que se encontraba como pez en el agua y parecía conocer a todo el mundo, nos presentó al
Bürgermeister o Alcalde de Ingolstadt y también a un grupo de jóvenes españoles que se encontraban trabajando en un proyecto para Audi. No hace falta decir que ese día ya no cenamos.
Neuburg an der Donau es una bonita y tranquila población de unos 27.000 habitantes, cercana a Ingolstadt. Allí reside Franz Josef y el domingo fuimos invitados a conocerla. Acompañados de nuestros amigos alemanes nos desplazamos en sus coches hasta la misma, dispuestos a disfrutar de nuestro último día en Alemania. Parecía como si el sol, que nos había acompañado durante casi toda la semana, quisiera despedirse de nosotros y hoy lucía esplendoroso. Dejándonos guiar por nuestro cicerone dimos un paseo por sus calles y plazas, mezcla de elementos renacentistas y barrocos. Desde principios del S. XVI y durante trescientos años Neuburg vivió su periodo más ilustre, llegando a ser la capital del Nuevo Palatinado o Junge Pfalz, cuyo primer regente fue el Príncipe Ottheinrich von der Pfalz, mecenas del Renacimiento y protector de las artes. Lo más fotografiado de esta villa tal vez sea su castillo-palacio, emplazado frente del Danubio y desde cuyos jardines se divisa una preciosa panorámica. El recorrido por Neuburg no duró mucho pues no es muy grande, aunque tiene importantes atractivos. Tras visitar el palacio dirigimos nuestros pasos hacia
Konzertsaal. La atmósfera parecía haber retrocedido quinientos años. En la plaza hay una fuente o brunnen,
adelante, bajando por Amalienstraβe, el Biohistoricum Museum,





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